En el siglo XVIII el amor no es uno de los temas más representados como bien podemos apreciar, quizás esto sea debido a que este es el siglo de la ilustración y todo lo que sea escrito debe ser explicado racionalmente, y el amor no es algo que pueda definirse, describirse ni explicarse, esto es, no tiene explicación racional, puesto que el amor no entiende de razones, solo se mueve por impulsos.
No obstante en algunos poemas podemos distinguir el tema del que estamos hablando, como por ejemplo el de Nicasio Álvarez de Cienfuegos, titulado Un amante al partir su amada, en el que podemos ver el amor casi platónico que el protagonista siente por Laura, la hermosa dama que correspondió su amor y que ahora se aleja de él para irse a los brazos de otro hombre. Así pues, observamos la forma en que la describe, esto es, lo hace como si fuese un Dios, en su perfecto estado, sin ningún defecto en comparación con las demás mujeres, etc., es decir, estaríamos ante un amor ciego y pasional.
Sin embargo, en el poema de José Antonio Porcel, llamado Acteón y Diana podemos apreciar el amor carnal, puesto que Acteón sale en busca de mujeres con las que pueda recibir placer de sus distintos miembros, que casueltamente se encuentran a la vista al estar estas muchachas lavándose, aunque esta expedición hacia las bellezas desvestidas de las mujeres no le sale bien a Acteón, ya que acaba muerto debido a los perros, los cuales son obedientes a Diana.
Este último poema que hemos mencionado podría incluirse dentro de la poesía erótica, no obstante, no llega a consumirse el acto sexual, pero si aparecen metáforas relacionadas con el erotismo, sin embargo, este fenómeno fue más notorio en Francia, así pues, podríamos destacar las obras dedicadas a María Antonieta, con orgías, escenas lésbicas...
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